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23 de Abril, 2012 · General

"Los Hijos de Lázaro" primer capítulo


“LOS HIJOS DE LÁZARO”  

                      NOVELA: AUTOR, ISMAEL CLAVERO.

                                     25 de diciembre del 2007-

 

DEDICADO CON TODO MI CORAZÓN A TI, BUSCADOR DE LA VERDAD.

 

 

 

“Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí,

        aunque esté muerto vivirá.”

 

                       Jesús de Nazaret

 

 

 

 

“Una antigua leyenda a circulado por los pasillos más herméticos de Ciudad del Vaticano, ella habla de  ancestrales cofradías que practicaban los Saberes Antiguos, y se remontan a los inicios del Cristianismo en Roma. Unos le llamaron enigmáticamente, cofradía de los desafiantes de la muerte.  Otros, cofradía de la serpiente antigua. Lo que lleva a suponer en nuestros tiempos actuales, si tales cofradías existiesen, Que hay dos tipos de organizaciones o logias secretas: Una pertenecería a la luz y otra a la oscuridad…”

 

 

 

 

Capitulo Nº 1:

“Buscando la sanación”

 

Cuando mi esposa Letizia enfermó de esa espantosa enfermedad llamada cáncer de endometrio, una oscuridad que no podría explicar comenzó a carcomerme el alma. Y la impotencia por no poder ayudarla ocupó todos los estantes de mis recintos habituales. Un horroroso desgano con sabor a derrota cubrió con cintas y moños negros aquel horizonte precioso de nuestras esperanzas.

Pensaba febril, en mis noches tormentosas, cuando la preocupación me robaba la paz, impidiéndome descansar. Que mi mundo se derrumbaría irremediablemente sobre nuestros sueños e ilusiones; de llegar juntos a ser, unos viejecitos enamorados  que recorrerían  las plazoletas llevando de tobogán en tobogán a sus amados nietitos, compartiendo  el cucurucho de helado sabor a vainilla, que tanto nos gustaba. Jugaríamos sintiéndonos todavía niños, con nuestra mascota eterna, un perro dálmata travieso y haríamos  dormir en los regazos a una gata gorda y obesa llamada micha. Sentiríamos que el tiempo devenido pasaría a través de nuestros cuerpos cual una brisa suave que no tocaría jamás nuestras existencias; libres e infinitamente jóvenes.

En la primavera robaríamos flores de los jardines ajenos, bebiéndonos las fragancias de sus elixires hasta casi, estallarnos los cansados pulmones. Correríamos descalzos en las calles inundadas por los aguaceros de verano, sin temor a enfermarnos. Cuando fuera otoño, plantaríamos bulbos de flor de Liz, nardos y azucenas. Y en el invierno amasaríamos pan y lo ofrendaríamos a nuestros seres amados. Un par de ancianos desafiantes y chistosos, donde las palabras se adivinarían mutuamente antes de ser pronunciadas por los labios, pues sería tanto el conocimiento de la forma de pensar de cada uno, que hasta nos leeríamos la mente. Compartiríamos con nuestras bocas sedientas, el copón de coñac para ocasiones especiales y recordaríamos con nostalgia aquella vieja propaganda del licor “Reserva San Juan”…

Pero no, me dije. Yo no permitiría que el malvado destino derrumbe nuestros sueños y esperanzas, amor mío. Decidido golpearía ¡con toda mi furia y valentía! Todas las puertas  que tuviera que golpear con tal de salvarte el pellejo; luz de mis entrañas…

Ya estaba acostumbrado a los no, esa dura piedra entre los dientes con que se topa a diario todo reportero. Un buen periodista hace confesar al silencio, hablar a las montañas, leer a los arboles. Y pone retos a cada segundo en su vida corriendo por el filo de navajas afiladas y nunca acepta recibir negativas; vinieran de parte del trabajo o del destino. Podía pasarme todo el día parado frente de una vivienda, tolerar insolaciones inclementes, lluvias torrenciales, granizadas, tornados, huracanes; con tal de lograr mis objetivos.

Algunos compañeros me apodaban el chacal, por mi tenacidad, supongo; o tal vez por esa frialdad suprema que se manifestaba de tanto en tanto sobre mi personalidad, cuando salía a cazar alguna nota importante, ya sea para el periódico o la televisión. Desconociendo lo que es tener escrúpulos y límites, invadiendo vidas ajenas, sentándome en sus casas cual si fuera un amigo de toda la vida y sonsacarles lo que me interesaba. Luego, como un amante saciado, los dejaba sin volver mi vista atrás, sin importarme los cataclismos familiares que mis intromisiones lograran hacer en sus mundos personales.

Eran pocos los colegas que me tenían estima, y con ellos me juntaba los fines de semana en alguna cancha de futbol cinco a jugar encarnizados partidos con nuestros rivales de los demás medios gráficos. Algunos me despreciaban silenciosamente. Y otros, constantemente le calentaban la oreja a mi jefe de redacción para serrucharme el piso; no logrando nunca sus objetivos.

Pienso que para el periódico, yo era un hombre valioso; tal vez demasiado enamorado del amarillismo grafico, de las peleas de actrices y vedetes, de los crímenes pasionales irresueltos y de los grandes actores devenidos en alcohólicos. Toda la cascarria del mundo me buscaba y yo la buscaba a ella. Era un romance perfecto, crear desde los miasmas profundos, donde dormían inmundos renacuajos, los más brillantes reportajes.

Mi  primer ídolo, fue un periodista porteño llamado José de Ser, que trabajaba para un importantísimo noticiero de televisión nacional. Colegas de otros medios, no perdían la oportunidad de sacármelo en cara; en cuanta ocasión se presentara, de ningunear a mi ídolo. Diciéndome de que, “Ese chanta inventa notas, hace confesar y llorar hasta las piedras”.

-Pero mis reportajes en La Verdad del Pueblo y los de mi “maestro insigne”, se venden como pan caliente, lo quieras aceptar o no- Le contesté a uno de mis criticones, no sin cierta soberbia de mi parte.  La mayoría de las veces ellos se alejaban muertos de envidia y pateando sapos a sus pobres escritorios, a escribir por los general, obituarios o sociales que pagaban aristocráticas familias.

 

Todavía recuerdo aquella lejana mañana de octubre, cuando por casualidad  o ley del destino, me topé con la nota más extraña de mi vida. El diario me había solicitado realizar una entrevista a unos curas sanadores carismáticos. Era un grupo de gente muy extraña y cerrada, cualquier pregunta sobre sus sorprendentes sanaciones eran metódicamente respondidas con evasivas. El círculo de la gente que giraba alrededor de ellos, formaba una barrera de cancerberos casi inexpugnable y eso desafiaba más al chacal que corría por mis venas. Decidido a desenmascararlos, pues pensaba que ellos jugaban con la credulidad y la ignorancia de la gente. Me fui un día dispuesto a atraparlos en sus mentiras. Mucha gente aseguraba haberse curado de canceres terminales, tumores altamente agresivos, inválidos que caminaban como por arte de magia, personas que recuperaban su visión, tiñosos y leprosos que se limpiaban etc., etc.

Pero lo que más me clavó la espina de la duda y me intrigó sobremanera, fueron las leyendas de inmortalidad que los rodeaban y que tejían  a sus alrededor una bruma de inalcanzabilidad. Otra cosa extraña en ellos, era que usaban una especie de talismán con la forma de una ele que terminaba en cruz. Al consultar viejos archivos de bibliotecas,  museos, hemerotecas de diarios ya desaparecidos como “Los Principios”, no encontré ninguna información que pudieran saciarme las corrosivas dudas, que a estas alturas de mi recién comenzada carrera periodística, la hacían transitar por un  tembladeral.

Esa mañana de octubre, mi jefe de redacción del diario La Verdad, rugió, mientras un cigarrillo hacía equilibrio en sus gruesos labios para no caerse.

-¡Usted, jovencito De La Peña! Se ha dejado arrebatar el queso de entre las manos. Ese descarado porteño de José de Ser, le ha robado la nota de la nave extraterrestre en sus propias narices. ¡Esto es un equipo muchacho! No sólo le han robado la nota a usted, si no que se nos han cagado de risa en nuestra propia casa. ¡Quiero una nota sublime, extraordinaria! Si no mañana, ¡yo mismo le voy a dar una patada en el culo!- Sentenció.

 Y mientras yo temblaba por dentro, el viejo decrépito continuó con su larga perorata de recriminaciones.

Dispuesto a no dejarme dar esa patada, me dije “Raulito, con lo único que cuento es con tu audacia y valentía. Tienes que hacerles una nota a esos curas y desenmascararlos. Y cuando los tengas en tus manos, los harás mentir de que levitan por los cielos, vuelan en carrozas de fuego, convierten el agua en vino, etc., etc. Sólo tú podrás hacerlos caminar sobre las olas y salvarte del despido seguro. Debes hacerlo, Raulito. Como aquella vez que le hiciste creer a esa viejecilla de barrio Arguello, de que en realidad conversaba con la Virgen, siendo que la pobre alucinaba y no paró de mentir para ti; hasta que terminó como terminan los locos. En un asilo de enfermos mentales, allá en el pueblo de Oliva”

Aquel mismo día, después de andar  horas extraviado por un serpenteante camino que conducía a un paraje de Unquillo, llamado Cabana. Desvié por una angosta huella de tierra polvosa, en mi destartalada Renault 4 y comencé a descender por un pequeño sendero con forma de caracol que me llevó hasta la pintoresca y enigmática Capilla de Buffo. Dicen que el italiano que la construyó, era un sabio que vino huyendo de Europa y de sus cíclicas guerras. Su esposa y su hija están sepultadas bajo el piso del oratorio. Del cuerpo de él, no se sabe a ciencia cierta donde está sepultado; nadie puede asegurar donde están sus huesos…

Al indagar a unos lugareños de la zona, (mientras valiéndome de mi chapa de reportero, garreaba unos mates) el más viejo de ellos me contó que su abuelo; supo trabajar con el ingeniero, como le llamaban entonces.  Y le narró de una leyenda que cargaba sobre las espaldas del señor Buffo:

 Dicen que en Gran Canaria, en su adolescencia, había sido un sacerdote de un convento de clausura, donde se custodiaba el verdadero Santo Grial. Y que tratando de preservar tan magnifico tesoro de la rapiña nazi que se había desatado por toda Europa. El mencionado monje, años después, cuando ya estaba residiendo en Argentina. Con la complicidad de algunos amigos creyentes, viajó hasta ese lugar para traer a su nueva patria, la Argentina. La sagrada reliquia, junto a un grupo de personas que la custodiaban.  Huyeron en las sombras de la noche en un velero de gran eslora, que los condujo hacia los mares del Atlántico sur; mientras las botas alemanas casi le pisaban los talones. También le contó de qué un tal doctor Méngüele, alemán obsesionado por lograr la supremacía de su raza aria; persiguió a esos peregrinos y su amado tesoro por toda América Latina. No dando nunca con su paradero.

 

Pienso en toda esta gente de la campiña Cordobesa y por dentro rio compasivamente de su ignorancia. Por eso es que en este País bendito no levantaremos nunca cabeza. Porque nuestro pueblo siempre está abierto a recibir a cuanto mesiánico le venga con un verso y su leyenda personal.

Luego de terminar mi infructífera indagación en busca de “esos misterios universales que tan escondidos están”. Me dirijo a los alrededores del amplio bosque que rodea la capilla. Al internarme más en su penumbra, después de vagar por casi una hora, llego a un antiguo monasterio que no figuraba en mis cartas de viaje. Su belleza y austeridad Benedictina es conmovedora. Pienso que si no estuviera seguro de estar en la Argentina, bien podría ser un sitio de la campiña francesa. Un silencio sepulcral lo rodea otorgándole un aire místico. Al fisgonear por las estrechas ventanuelas de la capilla, la veo desierta de moradores y busco la forma de introducirme en ella. Una puerta lateral de maderas rancias me permite transponerla, pues se halla sin traba por dentro.

Ya en su interior, las penumbras apenas cortadas por la tenue luz de unos gruesos cirios; me sacuden hasta aturdir mi espíritu de aventurero. Esto de tomar por asalto la privacidad de las personas, es un placer sublime que sólo los ladrones y los periodistas podemos experimentar.

Bajé por un angosto túnel sombrío ubicado al fondo del oratorio; detrás del altar mayor, con escalinatas que descienden hacia una amplia cripta. Un fuerte olor a difunto me estruja el corazón y las fosas nasales. Pienso que quizás algunos ladrones hayan asaltado a los monjes dándoles muerte… -¡Ho Mi Dios! - Tal vez ellos todavía deban estar cerca de aquí, quizás saqueando el lugar .Y mi cerebro alucinado de terror piensa en mil elucubraciones siniestras.

Al sentir pasos inesperados que vienen hacia mí, aterrado y tembloroso me escondo tras un bastidor que sostiene un gran cuadro de San Lázaro al pie de la cruz. Al espiar entre penumbras a esos extraños que llegan al recinto, para mi asombro los descubro vestidos con ropajes de fraile; son seis sujetos, entre ellos cuatro hombres de fornidos cuerpos. Dos monjas de andar casi etéreo, con sus rostros cubiertos por tules de luto los siguen respetuosamente por detrás.

En tanto, alucinado de pavura, recién me percato del ataúd que está en el centro de la cripta.

“¿En qué lugar horrendo has venido a parar Raulito?” Me digo y un frio de muerte me hiela las manos hasta casi no sentirlas. Uno de ellos saca un encendedor dorado del bolsillo de su toga y enciende cuatro grandes cirios blancos que se hallan en cada esquina del ataúd, como si simbolizaran los cuatro puntos cardinales. Tiemblo pensando que esa luz desparramada por los velones llegue a delatar mi escondite.

El monje más alto y anciano, se dirige al ataúd y lo abre. El olor que desparrama por todo el recinto el cadáver es espantoso, casi vomito de las nauseas por tan horrible hedor. El otro hombre que está a su lado, dice:

-Es hora Hijos de Lázaro, de dar comienzo a los Antiguos Saberes de los Desafiantes de la muerte. El misterio de Betania de nuestro Señor Jesucristo, será revelado en cumplimiento de su promesa “Estaré con ustedes hasta el final de todos los tiempos”

Las dos monjas se les unen formando un respetuoso círculo alrededor del ataúd, una de ellas repite esta letanía:

Cuatro días durmió Lázaro en el Señor.

Cuatro días y fue despertado.

Cuatro días en que vio la nada y no se entregó a ella.

Porque únicamente creyó con todo su corazón, en que su amado señor Jesucristo el Nazareno, lo rescataría de perecer en las garras del Hades.

Porque así como él amó y se entregó a la palabra de su Señor.

Así la palabra transformada en verbo de vida, se entregó a él y lo resucitó.

 

Después, todos juntos rezaron y cantaron en un idioma antiguo que no supe entender. Las dos religiosas besaron al muerto en la frente y le limpiaron el mortecino rostro con un pañuelo perfumado de nardo, mientras una de ellas le susurraba al oído del muerto- Es hora de volver con nosotros, hermano Tobías.

El monje más corpulento extrajo de sus ropas una copa de madera. Le vertió agua de una botellita y se la dio de beber al difunto diciendo con voz potente:

-¡Es hora de terminar tu sueño hermano Tobías! ¡Levántate y anda! ¡Te lo ordeno por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo, que fue entregada a Lázaro para el perdón de nuestros pecados!

 

Lo que sucedió después es todavía más aterrador. Una niebla espesa y tétrica inundó el recinto, haciéndolo temblar, como si quisiera atacar a los misteriosos cofrades. Pero una luz centelleante que parecía flotar por sobre ella la desafío, obligándola a retirarse. El ataúd casi se derrumba de su pedestal, cuando el muerto volvió de su letargo. Éste, dando una fuerte inspiración, como un bebe que recién sale del vientre de su madre; pareció sentirse agitado en extremo, su cuerpo estaba preso de convulsiones y sollozos. Después, las muestras de cariño de los religiosos lograron calmarle. Le quitaron las mortajas que cubrían la desnudez de su cuerpo y lo ayudaron a salir del cajón, reincorporándolo. Una de las religiosas lo ayudó a ponerse una sotana de fraile. Y luego, uno por uno le abrazaron llorando y riendo con dicha infinita. Mientras exclamaban delirantes de amor, levantando sus brazos a lo alto:

-¡Has vuelto a cumplir tu promesa Señor! ¡Aleluya, Aleluya!

-¡Hosanna, hosanna! ¡Gloria en las alturas!

-¡Bendito es él que viene en nombre del Señor!

 

Y se marcharon de aquel lugar y no los volví a ver nunca más.

Nunca escribí sobre lo que me aconteció en aquel monasterio enigmático. Quizás por respeto a ese gran misterio que contemplé sin haber sido invitado. Y todos saben que los polizones roba notas como yo, somos de una raza supersticiosa, pues tememos el contarle al mundo de lo que no deba ser revelado. Ya que una terrible maldición como la de Tutankamon, nos podría caer en las espaldas.

Está de más decir que mi buen jefe de redacción me dio otra nueva oportunidad. Porque me las ingenié para inventarle una nota bizarra. Pero aquello ya forma parte de otra historia, que quizás  en algún tiempo venidero me anime a contarla. Cuando sea un viejecito que escriba sus memorias ladinas.

 

Todos estos largos años que me separan de aquel extraño suceso, no han conseguido en mí borrar las sospechas de fraude que se tejen en tales ocasiones. Aquellos eventos perturbadores que supieron acontecerme, bien pudieron haber sido una mala jugada de mi mente enfebrecida de periodista novato. Un tipo audaz y alocado que creía que con su chapa de reportero podría llevarse el mundo por delante y que éste, mansamente se postraría a sus pies.

Puras tonterías me digo en la actualidad. La gente ve lo que quiere que sus ojos vean, siempre están dispuestos a comprarse la leyenda de tal o cual santón manochanta… Y yo aquí, desgranando mis cuitas entre una copa de vino y un cigarrillo que se consume inexorable en mis labios, escuchando un viejo tema de Kenny Rogers, “Lady”, en el tocadiscos Winco modelo sesenta. Acorralado en mi presente sombrío que añora volver al pasado; recordando aquel ayer donde Letizia y yo urdimos tantos sueños. Esperando encontrar milagros para su cura, que bien sé no existen en este bajo mundo de dolor, pues la vida me lo confirma a cada paso: Guerras y más guerras, robos, extorsiones, secuestros y asesinatos por doquier. Gente con hambre de pan y conocimiento. Obreros infantiles explotados con saña en minas repletas de oro, plata, y otros minerales tal vez más valiosos; que irán a engordar los bolsillos de unos pocos magnates forrados en dólares, quienes ignoran miserias ajenas que no les importan. Niños de mirar alucinado, drogados con pegamento a base de tolueno llamado "fana". Adolescentes idiotizados por esta puta sociedad de consumo que sólo forman parte de la manada si consumen las sustancias toxicas que toman sus amigos, y se unen inconscientemente al club del éxtasis y la jarra loca. Jóvenes corrompidos por esta sociedad llena de mentiras y trampas, donde es más fácil tener sus cinco minutos de fama diciendo boludeces en un reality show, que esforzarse trabajando o estudiando como el resto de los mortales. O mostrando el culo desvergonzadamente en una pagina de Internet paga. Prostitutas infantiles con el cerebro quemado, adictas a la pasta base, que se entregan por dos pesos a cualquiera con tal de saciar la autodestrucción causada por ese maldito vicio. Niñitas de mi alma que no tienen futuro...

Y yo esperando… ¿Un milagro?

 

 

Cartas a Letizia:

 Amor, hoy me enteré por unos amigos de Capilla del Monte, que hay una curandera que da unos yuyos que son casi milagrosos. Ya sé vida mía  que no tienes FE. Pero debemos intentarlo todo. Tú supiste enseñármelo en  nuestra primera semana de convivencia juntos, cuando me señalaste tu pancita con los primeros tres meses de embarazo de nuestra hija mayor, Maria Laura. Mientras lloraba como un pelotudo te protesté en vez de alegrarme por ser padre primerizo:

¡Qué va ha ser de nosotros ahora! ¡Hace dos meses que no consigo trabajo y vos con el bombo lleno! -Me miraste con esos ojos piadosos color limón, tan únicos y hermosos; con esa paz que siempre te hizo sobresalir por sobre las demás chicas que estudiaban en la facultad de odontología, diciéndome- Mi corazoncito, no te pongás así. Hoy la mami me habló por teléfono, dice que vendió la casa de veraneo en Río Ceballos. Mañana viene a traerme la parte que me corresponde, por haber cuidado a la abuela.

 Mirándote asombrado, apenas balbucee -¡Qué! ¿Esa vieja agria y déspota te dejó algo?

- ¡Sí mi corazón, mañana seremos ricos!- Dijiste, acercando tu rostro al mío- Con el dinero de “la vieja agria” ¡Pobre abuelita! que descanse en paz; podremos pagar un año de alquiler por anticipado. Hasta tanto te salga algún trabajo…

Amor, ese año fue el más feliz de mi vida. Me regalaste y nos regalamos lo más dulce de nuestras existencias. Hacíamos el amor dos o tres veces por día, sin importarnos el cansancio o que estuvieras embarazada. Tú me engañabas con que una doctora amiga te había aconsejado tener relaciones durante el embarazo, pues ello preparaba los músculos internos femeninos y así no tendrías problemas cuando dieras a luz. Yo me hacía el que te creía y te trataba con más cuidado que a una rosa de cristal. La cama era nuestro territorio, sin importarnos que afuere nevara o lloviera. Buscaba excusas para besarte por cualquier nadería y tú no esquivabas tus labios, por el contrario; temía que tu lengua se quedara a vivir adentro de mi garganta.

Cuando María Laura dio su primera patadita, tenía mi oído pegado en tu pancita, y la conmoción fue tan, tan grande, que lloré hasta desmayarme. Cuando el medico vino a casa, pensó que  estabas con problemas por  causa de tu embarazo. Y cuando lo hiciste pasar al dormitorio, señalándole al verdadero paciente, él contuvo una risilla al verme con una bolsa de hielo que tú me habías atado a la cabeza con uno de tus cancanes…

Me has malcriado vida mía. Me has dado lo mejor de tu existencia. Y yo no puedo darte la salud que tu cuerpo me reclama a los gritos.

Raúl.

publicado por ismaelpepe a las 12:59 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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Escribir novelas y cuentos,poemas,nadar, andar en bici,jardineria. Y pensar la vida, porque de eso se trata, pensar, pues es lo único que nos llevaremos de este mundo.

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